Los perros son animales de manada y como tales establecen relaciones sociales con los individuos con los que convive, considerando a los miembros de la familia humana como miembros de su manada.
Aunque son capaces de vocalizar (ladran, aúllan, lloriquean), la mayor parte de su comunicación social se realiza mediante expresiones faciales, posturas del cuerpo, y usando el contacto corporal. Este tipo de comunicación, es innata, es compartida prácticamente por todos los individuos de la especia canina y es muy importante para establecer y mantener la jerarquía social.
Para conocer un poco el comportamiento social de los perros no hay más que estudiar el comportamiento de sus parientes más cercanos: los lobos. En el grupo en el que viven, hay un macho dominante denominado alfa que es el líder de la manada. La capacidad de un perro para llegar a ser dominante sobre los demás, depende de la herencia, del tamaño corporal, del estado hormonal, y de la dominación relativa del resto de los miembros de la manada. Esta posición dominante, proporciona al individuo alfa ventajas como un mejor acceso al alimento, a los apareamientos, y el mejor sitio de descanso. En el resto de la manada, los demás miembros van ostentando posiciones inferiores hasta llegar a los más débiles que ocupan el escalafón más bajo.
Hasta cierto punto, los perros consideran a los miembros de la familia humana como individuos de la manada. Cuando un cachorro no admite la hegemonía y la disciplina familiar, puede intentar escalar posiciones en la jerarquía hacia la posición de perro alfa. Esta es una posición inadecuada, ya que cuando el cachorro crece, las conductas que antes nos podían parecer graciosas llegan a ser muy molestas incluso peligrosas.
Para evitar esto, se debe asegurar precozmente la dominación sobre el cachorro, estimulando las conductas sumisas y la obediencia. Es posible que los cachorros respetes a algunos miembros de la familia pero no a otros, especialmente a los niños. Por ello es importante que cada miembro de la familia consiga el control sobre el cachorro.
Esto se consigue siguiendo una serie de normas:
- Establecer rutinas en el cachorro: paseos, comida, juegos.
- Iniciar pronto el adiestramiento en obediencia.
- Premiar las conductas obedientes con caricias, palabras cariñosas o premios. Pero si el cachorro las demanda mediante ladridos o lloriqueos, no acceder.
- No jugar al tira y afloja, ni a otros juegos ruidosos, a no ser que estos puedan ser iniciados y terminados fácilmente. Es preferible juegos en los que llevemos la iniciativa: tirar la pelota y que la traiga...
- Manipular al cachorro con frecuencia: cepillarlo, lavarle los dientes, limpiar los oídos...
- Identificar las expresiones y manifestaciones dominantes: elevación del belfo , gruñidos, mordiscos...e inmediatamente ocuparse de ellas. Deben corregirse inmediatamente y si es necesario consultar con un especialista para modificar esas conductas.
- Evitar los castigos físicos.
No se debe interpretar erróneamente el control sobre el cachorro como un castigo casi continuo. En los perros, al igual que en los niños, el castigo inoportuno no infunde más respeto.
No hay que olvidar premiar siempre la conducta obediente y evitar el castigo físico que en la mayoría de los casos es innecesario e inútil. La mano debe ser asociada con el juego, las caricias o la recompensa.